SECRETOS DEL ALMA | Prisionera de mis actos

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

La joven sólo quería expresar lo que sentía. Con su delicada voz leyó en alto para que la escuchara. Su entonación era perfecta. Llegaron a mi mente palabras con un gran significado emocional. Frases que indicaban profundos sentimientos que harían adentrarse a cualquier persona adulta en la adolescencia.

Durante la lectura sus manos se agitaban para recoger su pelo, hacia un lado y a otro, como un gesto automático que denotaba inquietud. De ojos grandes, expresivos y manchados por un toque de ira oculta. De aspecto inocente, indicando en su tono de voz un estado de tristeza confusa.

—¿De verdad vas a publicarme esto en Secretos del Alma? ¿Te gusta lo que escribo?

—Me gusta lo que escribes y entiendo lo que escribes. Estas en una etapa de la vida en que te sientes diferente, luchadora, egoísta, inestable y solo tú te lo puedes decir. No das permiso a cualquiera para que te diga quién eres y cómo debes cambiar y para mí es un honor que me dejes formar parte de tu crecimiento y que confíes.

—Gracias. Pero no pongas mi nombre real, llámame Eli.

“Prisionera de mis actos, de mis decisiones, de mis circunstancias y de las conclusiones que saco cuando miro al espejo y no veo nada. Imagino mi futuro… pero no veo nada.

Quiero volver atrás, a los meses de risas, juerga, veneno, pero es que no queda dinero, ni confianza; mis padres deberían darme alas, pero no: solo una soga al cuello.

Y hoy no sé qué hacer. El frío me cala los huesos. Estoy en un laberinto de calles sin salida, quieren las respuestas de una eminencia, pero yo solo soy hueso y carne y algo de conciencia. Yo soy todo lo ángel que puedo, ¿por qué no me dais mis alas o me dejáis que regrese al infierno? En el fuego eterno hay calor; entre estas cuatro paredes se nos ha roto el amor.

Prisionera de mis actos, de mis decisiones; papá ayúdame… no me enfades…

Mi madre dice quererme, pero muestra lo contrario ignorando mis circunstancias y las conclusiones que saco cuando miro al espejo y no veo nada porque imagino mi futuro y sigue sin haber nada.

Creo que la pérdida nos afecta a todos, claro, aunque es mucho peor cuando es un ser muy cercano, te saca el alma y la mente, te cambia la sonrisa sin necesidad de aparatos… en eso todos somos iguales, en eso todos somos humanos. Mi yaya ya no está para llamarle “payo” al yayo, ni mi viuda abuelita para ir al campo en verano… solo espero que mi yayo no me suelte de la mano y que se tenga que ir dentro de muchos, muchos años.

Prisionera de mis actos, de mis decisiones, de mis circunstancias y de las conclusiones que saco cuando miro de puertas “pa” fuera y no veo nada, cuando miro de puertas “pa” dentro y solo veo ratas.

Después de leer sus sentimientos, Eli agachó la cabeza.

——La gente me pregunta que por qué vengo al psicólogo y yo respondo que, para contar mis cosas, a que alguien me guie y me diga que tengo que hacer.

—Aunque luego hagas lo que te dé la gana, ¿no es así?

Eli silenció con las manos su risa y empezó a morder un lápiz nerviosamente. Siempre tenía que tener algo en las manos. Mientras hablaba necesitaba hurgarse la nariz y más cuando era un tema que le preocupaba mucho.

—Me dijiste que era histriónica, que tendía a exagerar con mi voz y mis gestos lo que siento y que soy una dramática. Que puedo hacer más de lo que hago, que soy inteligente y que desde que estamos juntas en terapia he cambiado para bien. He oído hablar del histrionismo. Ya de pequeña un médico me dijo que yo era así, que era dramática y teatrera y yo te pregunto, ¿esto es muy grave?

—No se trata de si es grave o no. Se trata de entender que las personas histriónicas necesitan ser el centro y para lograr su objetivo suelen usar estrategias de dramatización y victimismo. Son seductoras, con una excelente capacidad para relacionarse con los demás y cuando no son capaces de acaparar la atención o salirse con la suya se muestran incomprendidas y es ahí cuando se sienten víctimas viviendo continuamente en una montaña rusa. Viviendo sin dejar vivir, creyendo llevar razón, pasando de estar alegre a triste y melancólica en un segundo. Imagina vivir con alguien así que encima no lo ve.

—Anda, que interesante. ¿Esa soy yo?

—Tú me dirás si eres o no. Influenciable, preocupada por tu imagen de forma desproporcionada, dramática, inteligente, susceptible, creativa, poca tolerancia a la frustración, emotiva, insegura… es complicado vivir así. Sin embargo, cuando te encuentras en equilibrio, serena y sientes motivación por algo, entregas el alma. Pero todas las personas somos de diferentes formas. En un principio se trata de entender cómo eres y a cada persona que está a tu alrededor. La convivencia no resulta fácil si uno no pone de su parte. Y recuerda Eli, cuando logramos encontrar una forma de llenarnos, ilusionarnos, esforzarnos, sentirnos respetuosos y orgullosos con nosotros mismos, es cuando empezamos a sentir que nos formamos como personas capaces y este crecimiento nos hace grandes. ¡Tú puedes Eli! Levántate y aprende a mirar al mundo de cara, así el mundo nunca te dará la espalda.

Prisionera de mis actos Secretos del Alma

SECRETOS DEL ALMA | Cariño, ahora no me apetece

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

—Venga, ¡díselo a la psicóloga! Explícale porque no quieres echar un polvo conmigo. Cada vez que me acerco parece que no tienes ganas… nunca tienes ganas.

—No seas ordinario Paco… ¡echar un polvo!… estamos en una consulta, haz el favor… habla de otra forma.

—Pero, ¿qué quieres que diga, hacer el amor? Pero es que nosotros no hacemos eso Manuela, no hacemos ni eso ni lo otro.

La pareja se había sentado frente a la psicoterapeuta, de tal forma que daba la sensación de existir mucha distancia entre ellos. El rostro de Paco indicaba frustración y el de Manuela desesperanza.

—¿Pues no me dice mi mujer, cuando le digo que voy a irme de prostitutas al final, que le importa tres pimientos, que lo que tengo que hacer es eso y dejarla en paz? Manuela, te lo digo de verdad, ¡yo no puedo más! Me das miserias. Si te toco aquí mal porque te duele, los brazos siempre a la defensiva, aquí no, ahí tampoco… pues yo veo a las parejas que se abrazan, que se besan… y yo… reclamando un poco de cariño y con la dichosa frase metida en la cabeza “cariño, ahora no me apetece”. Si no te apetece ahora, ¿cuándo? ¿eh? ¿cuándo Manuela? Cuando se nos haya caído todo a trozos por la edad… ¿o es que no te gusto?

Manuela permanecía callada, con la cabeza inclinada en posición de sentir vergüenza. Paco tenía un brillo especial en los ojos. La miraba de arriba abajo buscando una respuesta.

—Paco, yo no tengo la culpa de que no me apetezca. Tu eres muy fogoso y yo no.

La psicoterapeuta intervino.

—Manuela, ¿qué te hace pensar que no eres fogosa?

—Pues que él siempre quiere y yo no.

—¿Esto desde cuándo te pasa?

—Desde que nació Mario. Ahora tiene 10 años.

—¿Con qué frecuencia mantenéis relaciones íntimas?

Paco se adelantó a la respuesta de Manuela. Se inclinó en la mesa y con aspecto guasón dijo:

—¿Usted conoce el chiste de una mujer que llega a su casa y se encuentra a su marido con otra en la cama? La mujer, al ver que la chica con la que estaba era la mendiga que siempre pedía en la esquina del supermercado, le pregunta a su marido: pero… ¿cómo es posible que me engañes con una mendiga? Y él le responde: llamó a la puerta, le abrí, me preguntó que si podía darle algo que ya no usara…¡y le di esto! (gesticuló cogiendo con su mano sus partes) Pues… este chiste representa lo que no te extrañe Manuela que pase un día.

—De verdad Paco, no puedo contigo. Deja de decir tonterías. Parece que solo tengas el sexo en la cabeza y las cosas no son así. No pretendas que me vaya a la cama contigo o que sea cariñosa cuando me tienes frita. Te digo que los sábados comemos a las dos y media… tu a las tres en casa, de cervecitas con los amigos.

—Manuela, te digo siempre que vayamos a tomar los sábados un aperitivo y tú no quieres, pues yo me voy.

—Paco, te digo de salir por la tarde y compartir algo juntos… pues tú al futbol o a casa de Pepe que tenéis que arreglar no sé qué en el ordenador… Te digo que te encargues del nene que me tengo que ir y me giro y no estás… te digo que estoy aburrida ya, que no hacemos nada juntos… y tú te lo tomas como que soy una pesada… pues que quieres que te diga Paco… ¿que cuando me pegas una palmada en el culo que esté dispuesta? Pues no me da la gana. Tenemos un problema de pareja y esta señora nos ayudará.

—Manuela, Paco, ¿esta es la primera vez que habláis de este tema?

Manuela relajó su mirada, cogió la mano de su marido y acercó su asiento al de él y contesto:

—Sí, es la primera vez. La verdad es que en parte lleva razón. Siempre le digo “cariño, ahora no me apetece”. Yo quiero estar bien, quiero que estemos bien. A mí el sexo no me gusta tanto como a él, pero sí que es verdad que no puedo tenerlo así.

Paco miraba a Manuela como si estuviera viendo a una mujer que no era la suya. Sus cejas se levantaron en símbolo de asombro.

—Bueno… yo también me pongo pesado con esto y es cierto que no hacemos muchas cosas juntos.

—Manuela, ¿podrías explicar por qué cierras los brazos en posición de defensa como ha explicado Paco y por qué no permites que te toque?

—Pues porque no sabe tocarme. ¡Ahora ya lo he dicho! Paco, te las das de fenómeno en la cama y de eso nada. Eres muy bruto. Yo necesito tiempo, necesito que no solo estés cariñoso cuando quieres cama, necesito reírme contigo, compartir cosas, que tengas ganas de ayudarme y de estar conmigo… esa es mi forma de hacer bien el amor y no llegar y besar el Santo. Una cena un poco más especial, dejar el nene en casa de mi hermana… salir a bailar, duchadito, que te arregles para mí o simplemente estar abrazada a ti en el sofá… pero hijo… cada vez que me abrazo a ti te crees que hay tema y eso no puede ser así.

—¿Lo de duchadito lo dices por algo Manuela? Esta mujer se va a pensar que soy un tanto marrano.

—Paco, no puedes llegar de trabajar y por pereza meterte en la cama así, tal cual. Te recuerdo que dormimos los dos en la misma cama y yo cuido mucho mi higiene, cosa que tu no mucho.

La pareja hablaba y hablaba sin que la psicoterapeuta tuviera que intervenir. El gesto cariñoso de Manuela acercándose a Paco con el asiento, había provocado una mayor comunicación. En las sucesivas sesiones, la pareja había empezado a negociar tiempos para compartir y otra forma de entregarse el uno al otro. Habían decidido salir a andar para poder hablar con más frecuencia, se habían obligado a tener encuentros íntimos planificando con antelación dónde dejar a su hijo porque Manuela necesitaba más intimidad.

En una de las sesiones próximas a finalizar la terapia, Paco le explicó a Manuela lo que sentía cuando hacía el amor con ella.

—Manuela, igual de importante es tu cuerpo que el mío. Yo también necesito caricias, masajes, mimos. También necesito que me recuerdes que te gusta mi cuerpo, que tienes atracción por mi. Necesito notar que respiras a mi compás, que te hago sentir. Si te quedas quieta como si se me hubiera caído el Cristo de la pared, yo no me concentro porque no me excitas, ¿comprendes? Necesito que se convierta en un juego, que sea nuestro juego.

—Es que siento que si hago todo eso tú vas a pensar que soy una golfa o algo así.

—¡Manuela por Dios! Que eres mi mujer. Deja de ser tan antigua, libérate, disfrutemos juntos de la vida, no quiero que se nos pase así… nos lo podemos pasar muy bien juntos, pero tienes que cambiar tu forma de pensar sobre el sexo. ¿Llevo razón Doctora?

—El deseo sexual es algo que tiene que ver con nuestro cerebro, no con nuestra vagina y nuestro pene. La palabra, la forma de comunicarnos y de expresar lo que necesitamos es lo único que produce un avance. Los dos os habéis esforzado, os habéis explicado, os habéis entendido. Manuela, la educación sexual que aprendiste de niña y adolescente te han llevado a que te reprimas y juzgues tus deseos. Es una cuestión de cambiar conceptos.

Los dos entendieron la importancia de cuidar el jardín que supone el mundo de la pareja, metafóricamente hablando. Ese jardín debe ser cuidado de forma meticulosa. En ese jardín hay hojas secas que quitar, plantas que mimar, tierra que labrar… si no somos capaces de cuidar lo que tenemos, todos estamos expuestos a que venga otro jardinero o jardinera a regar nuestro jardín.

secretos del alma cariño ahora no me apetece

SECRETOS DEL ALMA | Entonces, ¿quién soy?

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

— ¡No me irás a decir ahora que tienes doble personalidad y que no te enteras de cuándo actúas de una manera y cuándo de otra! ¿Pero tú es que me has visto cara de…? mira… me voy a callar!

Lucía era la madre de Pedro Luis. No podía comprender cómo era posible que su hijo, cuando entraba por la puerta de su casa, era un Pedro Luis agresivo, desafiante, engreído, chulesco e insolente y cuando volvía a cruzar la puerta para salir a la calle era un joven de 17 años adorable por todos.

La psicoterapeuta miró a Pedro Luis esperando una reacción ante la crítica de su madre. La sorpresa llegó cuando el joven contestó de la siguiente forma:

—Es que yo no me veo así mamá. Yo no creo ser lo que tú dices.

—¡Ah! ¿no? ¿ya estás mostrando tu cara buena ante la psicoterapeuta como haces con todo el mundo? A ver… ¿es que no es verdad que ya estamos hartos en casa de tu actitud? Mira Pedro Luis… desde que tenías 7 años que nació tu hermana que empezaste a ser un niño desobediente. Siempre hemos pensado que ha sido porque has estado celoso, pero es que ya tienes 17 años y esto no hay quien lo aguante.

La psicoterapeuta esperó paciente a que el joven respondiera a su madre, sin embargo, él permaneció en el más absoluto de los silencios. Se reclinó cómodamente en el asiento y sacó el móvil en actitud de indiferencia. Se había conectado a las redes sociales.

—¿Ve lo que le estaba diciendo? Así todo el día, o grita o nos ignora, como si de repente no existiéramos. Ni estudia, ni trabaja… ni piensa, lo que no se es cómo aprueba los exámenes.

—Pedro Luis, disculpa que interrumpa tus conversaciones tan interesantes por Facebook. ¿Te importaría apagar el móvil o silenciarlo, mirarme y contestar a una pregunta que voy hacerte?

El joven levantó la vista. Por un instante pensó que venía la escena típica de las películas de acción donde el policía se abalanza contra el joven y lo estampa contra la pared para ponerle las esposas. Pero no, no ocurrió eso. Silenció su móvil y con gesto de sorpresa se acercó con la silla a la mesa del despacho.

—Coloca, por favor, el móvil boca abajo—añadió la psicoterapeuta con calma— y ahora la pregunta es: ¿crees que estarías más cómodo si le pido a tu madre que espere en la sala de al lado mientras nosotros dos solos hablamos?

Pedro Luis abrió los ojos tremendamente sorprendido por la pregunta. Esperaba que la profesional realizara alguna crítica por haber tenido ese comportamiento de inadecuada educación. Sonrió y contestó:

—Gracias, pienso que estaré mejor si estamos solos.

La psicoterapeuta acompañó a la madre a la sala de espera explicándole que sería citada para otra terapia individual dónde le hablaría de lo que le estaba pasando a su hijo y le indicaría unas pautas. Entró de nuevo en el despacho. Se acomodó en el asiento, miró a Pedro Luis, se acercó mucho a su rostro y espaciando mucho las palabras le dijo:

—Ahora que estamos solos… explícame quién de los dos eres de verdad. ¿Pedro Luis el amable, bastante líder en clase, el que apoya a sus compañeros, el que cae bien a la mayoría y a las chicas las lleva locas o Pedro Luis el desagradable en casa, que deja todo tirado por la habitación, que espera a la mínima para meterse con su hermana, que trata a sus padres como si llevara odio en su interior y no estudia, pero aprueba?

—¿Cómo sabes eso de mí? Me refiero a lo de clase.

—Porque me informo. He llamado a tu tutor. Al parecer eres buen estudiante y cumples con tus responsabilidades. Como entenderás no cuadra una persona con otra.

—Mi madre me saca de quicio. Está siempre encima de mí. Cualquier cosa que hago está mal hecha para todos los de mi casa. Mi hermana es la lista. Lo que es, es una espabilada que con eso de que es pequeña… Yo no quiero ser así, de verdad, pero es entrar en mi casa y me agobio, como si estuviera maldita la casa esa.

—Al parecer llevas ya cinco días que llegas tarde a clase. ¿Qué ocurre por las mañanas al despertar?

—¿Al despertar? Que oigo una voz en mi cabeza que me dice lo bien que se está en la cama. Un 80% de esa voz, me dice que para qué… que no vale la pena… que puedo ir más tarde… se apodera de mí, te lo juro… como si unas manos enormes me sujetaran a la cama inmovilizándome y claro… no soy de piedra y me vuelvo a dormir.

—¿Y el otro 20% que te dice?

—Ja, ja… el otro 20% es la parte buena de la película. Es la que me dice: “Pedro Luis levántate, tío levántate… no hagas hablar a tu madre que te vas a quedar sin móvil… cumple con tus responsabilidades… venga… que tú puedes… pero nada. Claro, el otro número es mayor que este. Entonces oigo la voz de una persona poseída, mi madre, que si no tengo vergüenza, que soy un vago… que si mire usted… que… bueno, bueno… unos griteríos de buena mañana… yo no sé cómo los vecinos no nos denuncian.

—¿Y no te has planteado que no tiene sentido ese 80% que domina tu mente? Considero que un joven no tiene por qué tener es tipo de pensamientos ni por la mañana ni a ninguna hora. Si lo profesores te considera buen estudiante, tu comportamiento es adecuado, eres buen compañero y respetuosos en clase, deberías explicarme a que obedece que de un tiempo corto a esta parte estas faltando a clase, no quieres levantarte y cada vez eres más desordenado y más irrespetuoso con tus padres, al margen del comportamiento agresivo con tu hermana fruto de tus celos.

—¿Celos yo? Diagnóstico equivocado querida psicóloga. Yo no estoy celoso de nada.

—¿Qué son los celos para ti Pedro Luis?

El joven miró a la psicoterapeuta de una forma muy fija. No la miraba, sólo pensaba qué contestar.

— Los celos son sentimientos de rabia porque lo que yo pienso que me corresponde se lo dan a otro.

—¿Por ejemplo?

—El cariño, los mimos, los halagos, los besos, el sentirte escuchado, apoyado…

—Debo entender que tus padres han dejado de prestarte atención centrándose en tu hermana y a ti te ha dado por consumir drogas para alejarte de tu realidad y así no enfrentarte a ella, ¿es así?

—¡Madre de Dios! Pero tú qué pasa ¿que eres criminóloga, detective o algo así? Vale… es cierto que estoy fumando marihuana desde hace muy poco tiempo, pero no creo que me comporte así por eso… digo yo.

—Va a ser que sí. Analiza. Si antes controlabas tu actitud y ahora no, si cuando tus padres te decían que ordenaras la habitación lo hacías y ahora no, si antes te levantabas y ahora no, si tenías buena capacidad para concentrarte y ahora la tienes disminuida, si antes tenías ganas de luchar por algo y ahora no… tú me dirás Pedro Luis, tu comportamiento se debe al consumo. Y no me vengas diciendo que fumas poco, que solo es cuando sales de fiesta, que solo han sido unas caladas porque no me lo creo.

—¿Se lo vas a decir a mis padres?

—¿Es eso lo que te preocupa?

—Oyéndote me da la sensación de que soy un drogadicto.

—Un drogadicto es una persona adicta a las drogas. ¿Lo eres?

—Si no puedo pasar sin ellas es que soy adicto, ¿no? Si cuando salgo consumo marihuana y no se salir sin consumir es que soy adicto, ¿verdad? Pues entonces soy drogadicto, como el resto de mis amigos. ¿Y ahora qué? ¿Se lo vas a contar a mis padres o qué vas hacer conmigo?

—Yo no se lo voy a contar a tus padres, lo vas hacer tú mismo y delante de mí. Y si verdaderamente quieres ser algo en la vida, más te vale que vayas creciendo. Acepta tu realidad. No hace falta que te diga tu potencial porque sé que lo sabes. Se trata de enfrentarte a tu problema. Habla con tus padres, confiésales que tu comportamiento se debe a que consumes drogas y que quieres dejarlas, pídeles que te ayuden, expresa lo que sientes, comprométete, yo voy a estar contigo en este proceso.

El joven accedió a que pasaran sus padres y agachando la cabeza contó lo que le pasaba. Su padre se mantuvo en silencio mientras lo escuchaba. De los ojos de su madre salían lágrimas, pero no emitía sonido alguno.

Cuando el joven levantó la mirada para ver el rostro de sus padres, el silencio del padre y las lágrimas de su madre le sirvieron para entender que solo él era dueño de su decisión.  

Hoy en día está estudiando 2º de Derecho.

Secretos Del Alma - Entonces, ¿quién soy?

SECRETOS DEL ALMA | ¿Por qué ocupas mi mente?

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

La psicoterapeuta esperó a Damián con la puerta abierta. Por el sonido de los pasos podía intuir el estado anímico de la persona que acudía a su consulta.

No se escuchaba nada. El silencio inundó la escalera. Parecía que no subía nadie. Y sin imaginarlo, surgió de la nada una sombra. Damián era un joven de 19 años, de pelo corto y alborotado. En sus orejas brillaban varios piercings de aros plateados. Sus modernas gafas ofrecían en su rostro un cierto toque de intelectualidad. Su mirada andaba entre tímida, preocupada, triste e insegura. En su mano derecha un folio enrollado a modo de pergamino.

—Buenas tardes Damián, por favor, puedes pasar al despacho. ¿En qué te puedo ayudar?

—Vengo destrozado, obsesionado… me cuesta entender cómo es posible que una persona que ya no está en mi vida ocupe tanto mi mente. Y no tengo forma de quitármela. Me dejó mi novia. Después de un año de relación. Ni tan siquiera sé el motivo. Sin más recibí, hace un mes y medio, un WhatsApp que decía que lo dejáramos, que ya no me quería, que no se había atrevido a decírmelo a la cara… y yo sin entender nada… ese fin de semana habíamos estado muy bien juntos…

—¿Cómo reaccionaste ante el mensaje?

—Me quede de piedra. La llamé, no lo cogió. Me empezó a entrar una ansiedad tremenda, palpitaciones, sudoraciones… no podía respirar bien. La veía en línea por WhatsApp y le escribí diciéndole que de qué iba, que por qué no me cogía el teléfono y que las cosas así no se hacían. Que yo merecía una explicación.

—¿Qué edad tiene esta chica Damián?

—18 años.

— ¿La has vuelto a ver?

—Sí, me refugié en mis amigos que me decían que no valía la pena estar así por una niñata. Que seguramente me dejó por otro y que tías así… cuanto más lejos mejor. Pero yo no puedo… yo no la veo niñata y me duele que me digan que se ha ido con otro. Yo no lo sé y no voy a juzgar algo que no he visto.

—¿Qué personalidad tienes? Me refiero a cómo te definirías.

—Soy una persona muy noble y sensible. Yo cuando quiero a alguien me desvivo por esa persona. Soy romántico y apasionado, pero también me gusta la soledad. Un buen escritor se enamora de la soledad.

—¿Escribes?

—Sí, escribo para calmar mi alma, para expresar lo que siento de la vida. Escribo cuando me siento incomprendido. De repente, sin yo querer… fluyen en mi cabeza miles de palabras que toman sentido rápidamente y cómo si mis dedos fueran guiados por los sentimientos, tal cual hilos de marioneta, plasmo lo que siento.

La psicoterapeuta observó que Damián había dejado encima de la mesa el folio en forma de pergamino que llevaba en las manos al entrar. Estiró su brazo y abrió la mano con la palma hacia arriba en posición de pedir.

—Me traes algo, ¿verdad? Sabes que es más fácil que te comprenda si entro en tu mente a través de tu escritura. ¿Me permites entonces que lo lea?

Damián deslió el folio con cuidado, repasó su escrito por encima como temeroso de no haberse expresado bien al escribir. Y tímidamente entregó lo más profundo que llevaba; su dolor.

La psicoterapeuta se colocó las gafas y leyó en voz alta:

“No queda nada, se ha roto el último plato, el vaso se rebasó hace tiempo. En el pecho, un vacío inmenso, una presión insalvable, una quemazón más propia del infierno que del interior de un pobre necio. En las manos, un tímido temblor y la sensación de no volver a tocar nada cierto. En la garganta un nudo que me ahoga y unas letras cruzadas que hacen que cada palabra que sale de mi boca sepa a ellas. En los ojos la amargura más sincera. En la cabeza un martillo, un látigo, un castigo, la soledad más acompañada, el gris más apático. Mi imaginación ahora es veneno, mis recuerdos el amigo que mientras te abraza te apuñala por la espalda; y también en mi cabeza, la sensación de no saber dejar de querer, de no llevar bien echar de menos y la añoranza de no poder dar las buenas noches, a lo que siempre fue un sueño”.

—No sabes cómo parar tu mente. No sabes por qué sigue en tu cabeza. No sabes por qué te dejó de querer. Pero sí sabes quién eres, cómo eres y lo que sientes… eres capaz de escribirlo. También sabes dónde ir cuando no puedes solucionar las cosas solo y en quién confiar tus secretos. ¿Qué es lo que fue dañado cuando ella te dejó? Porque yo veo a un joven con bastante seguridad para la edad que tienes. Veo a un joven que sabe de qué personas rodearse, a quién elegir para su vida. Veo a un joven con una filosofía de vida y unas ideas diferentes a la sociedad que se está formando en el presente. ¿Qué fue dañado?

Damián se quedó pensativo. Se tocaba las uñas como buscando una punta de donde tirar.

—¿Mi ego? ¡No!

—¿Tu ego no? Si aceptas que te haya dejado entonces no es tu ego. Hay personas que piensan que reúnen muchas condiciones para enamorarse de ellas y no entienden cómo es posible que dejen de quererlas. ¿Es esto lo que te puede estar pasando a ti?

—No. A mí no me pasa eso. Es que hay algo que no entiendo y es el por qué. ¿Es que no me ha querido?

—¿Quererte? Claro que te habrá querido. Seguramente ha sido un problema de falta de compromiso. Hay jóvenes que aun queriendo a alguien no quieren atarse a esa persona, necesitan volar y esto debes aceptarlo.

—Si… debe ser que no ha querido comprometerse del todo… pero el problema está en cómo me la quito de la mente. No hago más que mirar Facebook, Instagram… y eso me pone malo.

—No me extraña, te estas convirtiendo en un masoquista. Debes obligarte a no entrar en redes. Es una forma de envenenarte lentamente. Cuando nos dicen adiós y no nos lo esperamos, sufrimos un dolor emocional intenso porque a partir de ese momento debemos enfrentarnos a adaptarnos de nuevo a otro estilo de vida y echamos de menos lo que teníamos antes. Te enamoraste de una joven que ha formado parte de tu vida un tiempo. Posiblemente idealizaste la relación. Debes reconstruirte, centrarte en ti, limpiar emociones. No te culpes, cada uno decide qué hacer con su vida, ella decidió salir de la tuya, ten calma contigo mismo.

Damián siguió asistiendo a sus terapias para fortalecerse psicológicamente. Cada momento amargo que pasaba le hacían volcarse de una forma mágica en la escritura creando auténticos poemas de amor con sabor a metal.

Una tarde, cuando ya habían pasado los meses y Damián empezaba a encontrarse en su equilibrio emocional, recibió una llamada de la joven. Quería verlo, necesitaba hablar. ¿De qué? De nada. Él accedió. Se dejó llevar por el deseo más que por su mente y huyó de los consejos de sus buenos amigos que le indicaban que no fuera a verla, ya que después el dolor sería mayor.

Y aun sabiendo que el sabor amargo de aquel trago iba a perdurar, se dejó llevar hasta que su mente dejó de confundirse, sintiendo que aquellos besos eran el adiós más intenso que jamás había experimentado. No quiso ver que ella solo quería un “momento” de amor para después susurrarle entre sábanas que había conocido ya a otra persona.

Días después Damián acudió a la consulta con un nuevo pergamino en las manos. Unas notas escritas que ofrecían su alma al desnudo.

“Tengo la sensación de que voy a estar enamorado de ella toda la vida, y que ella, haga lo que haga y me trate como me trate, siempre tendrá mi indulto. Siento que me tiene maniatado del corazón a la cabeza. Me siento solo, vacío, un gilipolla, incompleto, incomprendido y a veces hasta despreciable. Soy el mayor idiota que ha pisado el mundo. Daría mi vida por una persona que prácticamente me usa de pasatiempo, como si fuese solo una herramienta para su entretenimiento. Solo alguien que le sube la moral y la cuida cada vez que ella lo necesita. Me siento un completo esclavo, un esclavo que va a morir cada día a las mismas cadenas, un esclavo que sangra lágrimas pero que se ha enamorado del látigo”.

A partir de este momento Damián retomó su realidad, volvió a centrarse en sus estudios, recuperó su autoestima… le sirvió el látigo del que se había enamorado, le sirvió para crecer. Siguió escribiendo como mecanismo contra el dolor y sus poemas avanzaban en el tiempo cambiando del sabor amargo a ese dulzor agradable que en muchas ocasiones aporta la vida.

¿Por qué ocupas mi mente? Secretos del Alma

SECRETOS DEL ALMA | ¡Dejad de mirarme!

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

— No se lo he dicho a nadie y hace mucho tiempo que lo hago. Al final me he decidido a venir porque esto es un problema y gordo. Como y vomito, como y vomito. Llevo una semana notándome ácido en los dientes. Cuando me paso la lengua puedo notar unas asperezas que no consigo quitarme ni lavándomelos con fuerza. Leí que era el ácido que se queda después de vomitar. También leí que se va quemando la tráquea.

Lorena era una joven risueña, cariñosa, dominaba muy bien sus habilidades sociales, solía gustar a todo el mundo. Con sus 20 años estaba dispuesta a ser una triunfadora. Buena estudiante de farmacia y con trabajo los fines de semana para poder costearse sus caprichos. Su cuerpo era redondeado y siempre tenía apetito. Su ansiedad y su baja autoestima le provocaban continuamente una falta de aceptación importante que se manifestaba en sus vómitos. Padecía de un trastorno alimentario llamado bulimia.

­—Cuéntame cómo empezó todo Lorena.

La psicoterapeuta miraba a la joven muy atentamente. Lorena terminó de acomodarse en el diván. Tomó aire y suspiró lentamente elevando la mirada hacia el techo intentando recordar.

—Yo tenía aproximadamente 12 años cuando empecé a darme cuenta que mi cuerpo cambiaba y se hacía cada vez más ancho. Siempre he comido mucho porque siempre tengo hambre. Mis muslos eran impresionantes, yo los veía muy grandes y los sigo viendo. En clase me sentía la más gorda y la más fea. Siempre pensaba que todos me miraban y no podía gritar ¡dejad de mirarme! Un día de navidad, después de comer y comer, me sentí muy pesada. Antes de las fiestas había oído como una amiga le decía a otra que ella vomitaba lo que comía porque no quería verse gorda, que bastantes había ya en clase y pensé que hablaban de mí. Así que me dirigí al baño y me metí los dedos para provocarme el vómito. Aquella fue la primera vez y a partir de ahí empezó mi calvario. Este calvario al principio me gustaba, me hacía sentirme ligera… vacía… ya podía comer y comer que acto seguido me iba al aseo para despedirme de lo que había comido. ¡Qué equivocada estaba! En realidad, no adelgazaba, lo que hacía era no engordar más y meterme en un bucle absurdo de enfermedad en solitario porque no me atrevía a contarlo. Ahora tengo 20 años y no puedo parar. Antes de comer ya tengo en la mente lo que voy hacer. Miro la comida y la deseo, me lo como, me sacio y luego lo tiro. Empecé a preocuparme hace unas semanas, no sólo por el ácido, más bien porque no quería verme así toda la vida. Sobre todo, porque arrastraba muchos años la sensación de ser observada por todos y mi mente no dejaba de gritar ¡dejad de mirarme! de una forma obsesiva. Esta frase es la que me persigue, hayan pasado los años que hayan pasado, siento que me observan y piensan… ¿dónde va esa gorda?

—¿Cómo comen tus padres? Intenta describirme cómo es la forma en que se alimentan y qué ocurre a la hora de comer o cenar en tu casa. Es posible que todo haya empezado con pequeñas grabaciones que han creado tus voces críticas y que resultan muy dañinas para tu autoestima.

—¿Voces críticas? Yo no oigo voces. A ver si es que ahora te vas a pensar que soy esquizofrénica o algo así.

—No, por supuesto que no Lorena. Me refiero a la voz crítica interior, todas las personas la tenemos. Pero quien tiene baja autoestima tienden a tener una voz crítica enfermiza. Esa voz se encarga de recordarnos los fracasos y nunca de los logros, nos pide que seamos los mejores, y si no lo somos, no somos nadie. Imagínate si es importante porque envenena nuestros sentimientos y lo peor, que siempre la creemos. Pero… háblame de tu madre.

—Pues esa voz interior la tengo yo en mi cabeza siempre. No se cómo callarla. Mi madre siempre ha sido una mujer que ha comido muy bien, le ha gustado todo lo anti-grasa y muy disciplinada. En casa apenas ha habido magdalenas, chocolate, helados… en fin, cosas que yo he visto en casa de otros niños. Siempre ha estado a dieta porque es muy propensa a engordar… como yo.

—Ya… pero hacer dieta es controlar el peso de forma inteligente… vomitar y entrar en un trastorno alimentario como la bulimia es hacerlo de forma “estúpida” y no quiero que por el hecho de usar la palabra “estúpida” pienses que te estoy ofendiendo.

—¡Vaya! Ofenderme… ofenderme… no, pero me ha sonado muy mal que me dijeras que estoy haciendo una estupidez.

—¿Es que no lo estás haciendo así?

—Si, si… la verdad es que mi madre siempre ha hecho el esfuerzo de mantenerse, ha estado a dieta, pero también ha sabido disfrutar de la comida y cuando se ha pasado comiendo, lo que ha hecho es irse hacer deporte y ha quemado el exceso de calorías. Sin embargo, yo, si me he pasado me he quedado en el sofá viendo una película y en el primer anuncio no he aguantado más… y he vomitado y el caso es que lo intento. Intento no pasarme… pues me paso. Intento no vomitar… pues vomito. Es un sin vivir. ¿Qué me está pasando?

—Vayamos a tu padre. ¿Cómo se alimenta tu padre?

­—Mi padre es un hombre de estructura física normal, ni gordo ni delgado, ni alto, ni bajo… es un entusiasta del deporte, le encanta que lo vean bien.

—¿Crees que hace deporte sólo para que lo vean bien?

—Pues no lo sé. Yo creo que sí, ¿puede ser por algo más que para que digan “mira, que cuerpazo tiene Carlos?

La psicoterapeuta miró a Lorena de una forma muy afectiva. Se quitó las gafas de vista inclinándose ligeramente hacia ella y le dijo:

—Piensa Lorena ¿qué otro motivo puede impulsar a una persona hacer deporte y entusiasmarse, al margen de para tener buena imagen?

—A ver… que aquí en psicología cada palabra es una emoción… déjame pensar… puede ser que para que lo vean bien y para SENTIRSE bien?

—¡Eso es otra cosa! Por supuesto que para SENTIRSE bien. Tu problema está en que aprendiste que es importarte que te vean bien y no has asimilado que lo más importante es que TÚ TE SIENTAS BIEN. Por esa razón siempre estas luchando, no haciendo esfuerzos, vomitando sin sentido, quemándote por dentro, desajustándote emocionalmente y mostrando tu negatividad.

—¡Vale! Muy bonito todo… pero ¿cómo se hace eso de dejar de vomitar?

La psicoterapeuta sacó una pequeña libreta vacía y se la entregó a la joven. Le indicó que en ella debía anotar todos los días, desde que se levantaba hasta que se acostaba, todo lo que comía y si vomitaba debería anotar si ese día había tenido algún episodio estresante como enfadarse con alguien, discutir con sus padres, enfrentarse a exámenes, frustrarse por no conseguir algo… en definitiva, situaciones que le provocaran un malestar interior. Con este registro observarían qué días vomitaba y cuál era la raíz de ese día para vomitar. Lorena empezó a darse cuenta que la mayoría de las veces, desde que empezó el tratamiento, los vómitos obedecían a discusiones con su madre porque a pesar de las notas que sacaba y los esfuerzos que hacía por estudiar, su madre la juzgaba diciéndole que no le ponía ganas al asunto y que no se considerara tan lista que de lista tenía poco.

En una de las terapias descubrió que le ofendía enormemente que su padre, en tono gracioso, se metiera con sus piernas o que la llamara “mi gordi”. También tomo consciencia de que sus atracones de comida estaban unidos a situaciones de estrés. Controlando el estrés fue capaz de relajarse, organizarse y motivarse para hacer deporte. Cambió el vómito por el deporte, consiguió explicarle a su padre que “su gordi” ya no era “su gordi” si no “su Lorena” y se dio cuenta que para hablar con su madre necesitaba una intermediara, alguien que ayudara a su madre a comprender que sus frases son destructoras de autoestima y no fuente. Y eligió a su tía, la hermana de su madre, porque Lorena había hablado ya tantas veces…, le había explicado por activa y por pasiva que sus frases la ponían nerviosa, que al final optó por entender que a veces es necesario un mediador.

Pasaron los meses y Lorena atendió a todas las pautas de su psicoterapeuta.

Un día de terapia, la joven se acomodó en el diván y después de hablar sobre cómo se iba sintiendo en la vida con su cuerpo y con su mente, añadió:

—¿Sabes? Ayer llovía. Abrí la ventana de mi habitación mientras estudiaba para que el sonido del agua al caer relajara mi cabeza. He perdido los kilos que el médico me recomendó, me siento más segura, no vomito, me he aficionado al deporte, tengo mis amigos y por fin mis padres han entendido parte de mi historia. No les voy a pedir más, por lo menos entienden una parte y con eso me conformo. Desapareció la voz que resonaba en mi cabeza para que los demás dejaran de mirarme… pero lo que más me ha ayudado es un pensamiento, como un pequeño poema que se ha ido construyendo en mi cabeza durante este tiempo y que he querido traerte escrito, para que termines de conocer mi verdadera esencia:

Solo cuando abrí los ojos ante el espejo, solo cuando vi mi desnudez, cuando entré en mi auténtica alma, solo en ese instante pude entender. Me sentía como hojas de papel esparcidas en una mesa por el viento, como una carta olvidada entre dos libros, unida a la soledad inesperada, atada con mis propias cuerdas, oculta tras un manto gris, navegando en un río de sangre negra… así es como descubrí, que sólo se podía salir del fango si alimentaba a mi alma abandonada, haciéndola grande con mis palabras y sobre todo aceptando y amando cada rincón de mi cuerpo que habito”.

SECRETOS DEL ALMA | Gotas de llanto

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

Cuando la psicoterapeuta abrió la puerta de la sala de espera encontró a una jovencita de 13 años de cabello recogido y mirada fija ante un libro de lectura. A Celia le encantaba leer, devoraba los libros de una forma asombrosa para su edad.

—Celia, buenas tardes, disculpa que interrumpa tu lectura, pero es la hora de entrar a reflexionar, a poner la mente en marcha.

La joven adolescente se acomodó en un sillón porque el diván le incomodaba, no se sentía segura tumbada en él. Hacía ya algún tiempo que asistía a consulta y al principio le costaba entender porqué una persona ajena a su vida tenía que entrometerse en sus problemas simplemente porque era psicóloga. Y para colmo no podía ni protestar, había que ir sí o sí. Al pasar el tiempo, entre Celia y su psicoterapeuta se había producido un vínculo que resultaba beneficioso para la joven, llegando a bromear sobre la vida y las emociones de una forma muy natural. Las sesiones se pasaban muy rápidas y eso era significativo de que ambas estaban muy a gusto la una con la otra.

—Hoy hablaremos de los perfiles psicológicos de las personas que te rodean y del tuyo propio, así como de la percepción que tú tienes del ambiente donde vives. Vamos a aprender que las personas tenemos una percepción de cómo vemos el mundo y que cada uno tiene una percepción diferente. Tú me ves a mí de una forma y yo a mi misma me veo de otra. ¿Me captas la idea?

—Sí, tu quieres saber cómo veo yo el mundo que me rodea y principalmente como son mi madre y la pareja de mi madre. ¿Y el perfil? Eso no lo tengo muy claro.

—Bueno el término “perfil” se utiliza en muchos ámbitos, por ejemplo, en las empresas cuando van a elegir a una persona para que desempeñe un puesto de trabajo buscan un perfil determinado; es decir, que tenga unos rasgos en su personalidad. Cuando los criminólogos tienen que construir el perfil del criminal, lo hacen estudiando los rasgos de los posibles sospechosos. Es tremendamente interesante, ¿no te parece?

—La verdad es que sí. Más que interesante, de momento me resulta curioso.

—Usamos el término “perfil” cuando hablamos del conjunto de las características que reúne una persona y que determina su carácter, y su forma de ser ante determinados comportamientos en situaciones particulares y en la sociedad. ¿Ahora mejor?

—Sí, sí. Lo tengo claro. ¿Por quién empezamos?

—Si te parece Celia, empezaremos por ti. ¿Qué perfil crees que tienes? Ten en cuenta que para tener una idea clara de alguien hay que saber sobre la persona, su historia. Con un perfil podemos entender mejor a la gente, ¿sabes?

—Muy bien. Mi perfil sería el de una ¿adolescente? A la que le encanta sentirse diferente a los demás. A la que no le gustan las vulgaridades y le encanta la lectura y la cultura. De ideas claras. Una chica que crece, pero no sólo por fuera, también por dentro. Con un pasado crítico por haber vivido historias para no contar con un abuelo problemático ¿de perfil enfermizo? Y que quizás esas historias han hecho de ella una adolescente con miedos que intenta quitar de su mente con la lectura y con letras de canciones donde se siente muchas veces identificada.

Por su rostro corría un llanto silencioso. Dejó por un instante que su mirada se perdiera en un punto en concreto de la mesa, en unas pequeñas pirámides de cristal que recordaban a diamantes. Cogió una entre sus manos y añadió con lágrimas en los ojos:

—Yo soy como este cristal, frágil.

­La psicoterapeuta ojeo de forma muy minuciosa su bloc de notas como si buscara algo en concreto.

—¿Qué te ha emocionado tanto Celia?

—Describirme.

—¿Sabes qué nombre reciben tus lágrimas hoy?

—Sí, gotas de llanto.

Celia cerró los ojos por un instante. Quería escapar de una cárcel emocional. Tomó aire, suspiró muy pacientemente y añadió:

—Sí, yo siento un torbellino de ideas en mí interior que no puedo expresar por miedo, miedo a ser rechazada, a que no me quieran. Lucho contra mi cuerpo, lucho contra la vida… y al final para seguir sintiéndome incomprendida o sólo comprendida por una sola persona.

­—Gotas de llanto es lo que denoto en tu tono de voz, como si intentaras que alguien comprendiera el propio mundo que tú misma te estás creando y es peligroso, ¿sabes? Porque tú formas parte del mundo y no el mundo de ti. Ábrete a ver más allá, deja de encerrarte en que son los demás los que tienen que entenderte, atrévete a expresarte de otra forma… pero sobre todo… que tus gotas de llanto sean puras, de momento llevan un gran contenido de egoísmo esas gotas.

—¡Ah! ¿Qué soy egoísta?

—Habla de la pareja de tu madre y lo verás con claridad.

—La pareja de mi madre tiene un perfil de un hombre exigente, inteligente, soso, protestón e inconformista. Llegó a la vida de mi madre por las redes sociales, trayendo consigo a una hija con la que tengo que convivir. Encima es más pequeña y me imita. Cada cosa que hago, cada ropa que me pongo…ahí está ella… queriendo ser como yo. Yo estaba acostumbrada a estar con mi madre… las dos solas… y ahora mira dónde me encuentro… rodeada de unas personas que ni me van ni me vienen… y todo porque mi madre decidió enamorarse… ¡válgame las narices!

—¿No tiene nada bueno la pareja de tu madre?

—Hombre… ¿bueno… bueno?

Celia acariciaba el diamante de cristal mientras pensaba. Sus ojos delataban una mirada picaresca, con pequeñas pinceladas de maldad.

—Sí, ya sé que tiene bueno. El coche y que me compra cosas que me gustan, seguramente para ganarme.

—¿Te gana así? ¿Compra tu afecto?

—Sí, yo le sigo el juego porque me interesa, pero en mi mente sólo está que rompan la relación. Quiero volver a mi vida de antes, mi madre y yo solas. Es que no sé por qué narices se ha tenido que juntar con este tipo. De dos en casa, hemos pasado a ser cuatro.

—Pero bien que te beneficias con los regalos, ¿no? ¿Has pensado en la felicidad de tu madre en algún momento?

—Este es el egoísmo del que me hablabas, ¿verdad? Que sólo pienso en mí. Que tarde o temprano yo me iré a estudiar fuera y ella se quedará sola. Por eso mis gotas de llanto no son sinceras, no llevan compasión ni entendimiento… ¿qué llevan entonces?

—Llevan la adolescencia, llevan pequeños toques de miedo a que te quiten lo que más quieres… llevan ira y soberbia… posesión, incomprensión y unas pinceladas de inmadurez.

—¡Vaya por Dios! Te habrás quedado a gusto, ¿no?

—De todo lo que te he dicho que llevan tus gotas de llanto, ¿qué es lo que más te ha dolido?

—Las pinceladas de inmadurez. Ahí sí que me has dado. Porque yo me las doy de madura, pero ya veo que tras mi máscara de tigre se esconde un ratón.

La psicoterapeuta cerró su carpeta y finalizó la terapia diciendo: “buen análisis. Ahora llévate tus pensamientos y no permitas que caigan en saco roto. Una joven inteligente como tu debe recordar que aquél que analiza está condenado a madurar siempre. Bendita condena”.

secretos del alma

SECRETOS DEL ALMA | Querida Mamá

Música cortesía de: Fernan Birdy/Relax Music

El aspecto de Ángela era el de una joven de 16 años con la cabeza inclinada hacia el pecho como si sintiera una mezcla de vergüenza y enfado. Miraba al suelo. Parte de su rizada melena le cubría la cara por la posición. A su lado, su madre.

—Buenas tardes Ángela, me imagino lo incómoda que te sientes. Pienso que yo estaría igual que tu. De repente te ves en un despacho con tu madre y una desconocida que es psicoterapeuta y que te han dicho que hay que ir para hablar.

Ángela levantó la mirada y sonrió.

—Puedo ofrecerte una infusión. Verás que poco a poco te vas sintiendo cómoda. Mi misión es crear un puente entre tu madre y tú. Al parecer habláis idiomas emocionales diferentes. ¿Piensas que no te entiende?

La madre de Ángela permanecía expectante y en silencio. La psicoterapeuta le había informado que, hasta que ella no le diera paso, debería permanecer escuchando y sin intervenir.

—Mi madre no me entiende nada. Pero lo que es nada multiplicado por mil. No sé qué hago aquí. Yo no estoy loca.

—Aquí viene la gente que necesita despertar, ver la vida desde otro prisma. Gente que necesita que alguien le ayude a entender por qué su vida está siendo tan complicada y qué puede hacer para vivir mejor.

—Ah, pues entonces he venido al sitio indicado. Mi madre me hace la vida complicada.

— ¿Qué hace ella para complicártela?

—No me deja en paz. Siempre detrás de mí intentando averiguar mi vida. No me deja poner la tele comiendo. No me deja que llegue un poco más tarde a casa. Me persigue para que haga la cama. Me riñe si me maquillo, si me pongo falda corta. Si… me pasaría el tiempo diciendo si… si… A ver si tu puedes hacerla entrar en razón que ya no soy una niña.

— ¿Cómo es tu cuarto?

— ¿Mi cuarto? Pues normal ¿Por qué?

—En psicología decimos que la habitación de una persona representa su mente.

—Pues entonces mi mente está hecha un desastre porque así es como está mi habitación. Yo creo que si mi madre no me insistiera tanto yo la tendría arreglada. Pero a ver… ¿por qué tengo que hacer la cama si la voy a volver a deshacer por la noche cuando me acueste? Es que no lo entiendo. ¿Qué le pasa a mi ropa si está en la silla? ¿Por qué tiene que estar todo en su sitio?

—Vamos a preguntarle a tu madre por qué quiere que esté todo en su sitio.

La psicoterapeuta dio paso a la madre que estaba en silencio con los ojos tremendamente abiertos en gesto de asombro. Y con voz pausada respondió mirando a su hija:

—Bueno… no creo que sea pedir mucho que se cumplan unas normas en casa. No puedes llegar a casa y que te lo hagan todo, que lo tengas todo y tú no dar nada a cambio. Me parece una falta de respeto impresionante el que no colabores y sigas unas normas. Y tiene que estar todo en su sitio porque es la única forma de que haya un orden en nuestras vidas. Ah, y eso de que intento averiguar tu vida… ¡faltaría más! ¡Pues claro que intento averiguar tu vida… quiero saber qué hace mi hija, con quien va y de qué va! Para poder ayudarla si tiene problemas, para poder protegerla si ella no se da cuenta de los líos donde se puede meter y sobre todo porque quiero a mi hija, si no… te aseguro que me importaría tres rábanos lo que hicieras.

Ángela se quedó impactada de la reacción de su madre e intentó controlar las lágrimas que empezaban a formarse.

—Pero mamá… ¡es que no puedo vivir con tanto control!

— ¿A qué le llamas control? —preguntó su madre con los ojos todavía más abiertos que antes. — ¿Control es que te diga que arregles tu cuarto, que recojas las cosas en el aseo cuando has terminado de ducharte, que te ponga un horario de llegada a casa y que te pida que colabores en la cocina y en la casa? ¿Control es que te pida que cumplas un horario de estudio y que te planifiques? ¿Es eso control?

— ¡Pues sí! Es que estoy harta, no puedo hacer absolutamente nada que no supervises. A la hora de comer ni siquiera puedo ver un poco la tele, tenemos que estar hablando. Bueno… hablando… lo que se dice hablar… si hablar es que tú haces las preguntas y yo las contesto… Mamá eso no es ni tan siquiera una conversación, es un interrogatorio. Solo me falta que me pongas el foco de luz en toda la cara.

En este momento intervino la psicoterapeuta que había permanecido en silencio observando cómo madre e hija intentaban comunicarse.

—Una buena comunicación entre madre e hija es aquella donde cada una expone lo que piensa sobre algo o cuenta algún suceso del día, pero lo cuentan las dos. Referente a no ver la tele podríais llegar a un acuerdo que os beneficie mutuamente. Un día hay tele y otro día charla. De esta forma las dos ganáis. Ángela, dale la oportunidad a tu madre de poder entrar en tu mundo, ten paciencia que ella la tiene contigo. Tu madre ha sabido exponerte muy acertadamente los motivos por los que es necesario un orden en casa, unas normas que cumplir y un método para poder vivir de una forma más cómoda para todos. Debes contribuir al bienestar familiar. Debes cumplir con las normas establecidas. Estos son los límites que los padres debemos marcaros. Imagina que vas por una carretera de noche y no hay líneas de marcación, esas líneas blancas reflectantes que están en el suelo. ¿Qué crees que sucedería?

—Que caería por uno de los lados de la carretera. Vale, comprendo… se trata de ponerme unos límites para que no me salga de mi camino, ¿no? Y que proteste menos por lo que veo.

—Efectivamente, de eso se trata. De que descubras la vida poco a poco, pero siempre teniendo a tus padres de respaldo, es importante que cuentes con ellos. Necesitas organizarte y colaborar, de esta forma todo fluye.

—Ya, parece fácil. Pero ella también tiene que ceder en algo que parece un sargento. Si tu vinieras a mi casa verías… hasta se puede comer en el suelo, yo creo que mi madre limpia sobre limpio. No es muy normal que esté todo tan organizado y desinfectado.

— ¿Tú crees que tu madre es feliz así, limpiando y organizando?

—Sí, la veo muy feliz haciéndolo.

—Bien. Vamos a preguntarle qué siente cuando organiza y limpia la casa al margen de trabajar también de cajera en el supermercado.

La madre de Ángela volvió a mirar de forma sorprendida a su hija y firmemente contesto a la pregunta.

—Cuando las cosas en casa están en su sitio, me siento muy bien, pero si no lo están por cualquier circunstancia no me pasa nada. Cuidar de la casa, de todo lo que rodea mi vida incluidos tu padre y tú, para mí es la clave de una buena vida, la vida que yo quise tener desde que era niña y que en mi casa no me dejaban porque era un auténtico caos, quizás este sea el motivo de mi impaciencia. Pienso que la limpieza y el orden es una responsabilidad que debemos cumplir a diario, es un compromiso en el que debemos participar todos y que es un acto que nos fortalece en todos los sentidos. Si me paso contigo diciéndotelo es porque no consigo que comprendas qué siento cuando no me haces caso.

—Mamá, es que nunca me lo habías explicado así. Vale, de acuerdo… pactemos, hablemos… pero lo ponemos por escrito que luego salimos de aquí y no nos acordamos de nada y vuelta a empezar.

La psicoterapeuta cerró suavemente su carpeta y cruzó sus brazos cómodamente mientras madre e hija iban descubriendo el poder de la comunicación. Sólo intervino para recordarles que la familia es como una gran empresa que debe aprender a negociar ideas, reunirse para expresar opiniones, dialogar para conocerse y apoyarse, aceptar las normas para que, esta empresa que forma un equipo, nunca cierre”.

SECRETOS DEL ALMA | El baúl de los recuerdos

—¿Ordenarlo? ¿Cómo se hace eso?

Juan abrió los ojos indicando sorpresa. Tumbado en el diván de la reflexión hablaba de su vida de forma desordenada. En el baúl de sus recuerdos todo estaba por revisar, no había orden. Sufría por todo lo que le había sucedido en el pasado y lo arrastraba continuamente a su vida actual convirtiéndola en un caos emocional.

—Sí, debes ordenar tu baúl de los recuerdos para que no te haga tanto daño Juan. Todos en la vida pasamos por acontecimientos trágicos, importantes, frustrantes, desastrosos, todos hemos perdido a alguien alguna vez, a todos nos han dejado alguna vez o hemos dejado, nos han hecho daño o hemos hecho… la vida es un camino lleno de obstáculos que hay que aprender a esquivar, saltar, bordear… pero sobre todo hay que aprender a verlos venir.

—¿Entonces el quejarme tanto de mi pasado obedece a que no he ordenado mi baúl de los recuerdos?

—Sí. Es una forma metafórica de explicar que todo se va almacenando y que todo necesita un orden. El hecho de hacer un autoanálisis, de analizar tus sentimientos y tu vida ya provoca de por sí un vaciado del baúl para poder luego guardarlo de forma “ordenada”. No podemos estar reprochándole a alguien toda la vida algo que nos hizo si encima le hemos dicho que lo perdonábamos.

—Ya, pero es que no me lo puedo quitar de la cabeza, no me puedo quitar de la cabeza muchas cosas y sí, es cierto, me paso el día mirando hacia atrás, siempre recordando mi pasado, el abandono que recibí de mis padres, la muerte de mi hermano, ese amigo que me traicionó, la primera novia que tuve… ¡por Dios! ¿Y todo esto se va a poder ordenar en mi baúl?

—El ordenar el baúl da pie a iniciar un proceso de madurez psicológica. Se ven las cosas desde otro prisma. No se borra nada, a ti te ha pasado lo mismo, pero tu cerebro lo percibe de una forma más lógica, más razonable aportándote una cierta sabiduría de la vida. Es como aprender de lo sucedido.

—Pero ¿cómo? No lo entiendo. ¿Cómo puedo olvidarme de todo lo que me hicieron?

—No se trata de olvidar, se trata de analizar las situaciones, a eso me refiero cuando te digo que hay que ordenar. Si no te hubieras marchado de casa con 22 años, ahora no tendrías ni serías lo que eres. Te ha tocado luchar solo y eso te ha dado una madurez.

—Sí, pero también me podía haber ocurrido algo malo, como haber caído en las drogas o haber sido un tío perdido por el mundo.

—Sí, pero no ha sido así. Puedes pensar lo que quieras, pero el pensar en algo que no ha ocurrido no es buen sistema. Debes aprender a pensar en la realidad de tu propia vida.

—Muy bien, ¿cómo empiezo a ordenar este lío?

—Empezaremos desde el principio. Trata de hablarme sobre lo que sientes y recuerdas de tu infancia. Para hacerlo fácil vamos a ir poniéndole títulos a cada etapa de tu vida hasta la actualidad que tienes 38 años. La infancia va desde que naces hasta los 5 años aproximadamente. ¿Qué título le pondrías?

Juan se quedó mirando fijamente la tela aterciopelada del diván, empezaba a pensar. Había muchos recuerdos que se agolpaban en su mente.

—¡Inolvidable!, la llamaría inolvidable. Me sentía querido por mis padres. No recuerdo nada malo de esa etapa. Al contrario, cuando intento recordar… todo es agradable. Recuerdo las navidades alegres, los veranos en la playa… muchas cosas bonitas hasta la muerte de mi hermano cuando yo tenía 14 años y él tenía 19. Ahí fue cuando mi vida cambió totalmente.

—¿Sólo tu vida cambió?

Juan no contuvo las lágrimas, las dejó caer de una forma muy lenta, como si no tomara consciencia de su tristeza.

—Bueno… nos cambió la vida a todos, pero no era justo que a partir de ahí ya no se ocuparan de mi, dejaran de cuidarme y de quererme.

—¿Qué le pasó a tu madre con la muerte de tu hermano?

—Cayó en una profunda depresión. No se ocupaba ni de mi padre y yo… empecé a aislarme con mis estudios y con mis amigos. Mi madre no quería ir al médico, ni al psicólogo. Decía que nadie le iba a devolver a su hijo y que ya no hacía falta vivir.

—¿Cómo falleció tu hermano?

—En un accidente de coche. Él iba en el asiento de atrás con otro amigo, murieron los dos, se salvaron el conductor y la copiloto. No fue culpa de ellos. Un camión no hizo bien la entrada en la autopista por el carril de aceleración y los embistió. Ya han pasado 24 años de esto.

—Doble dolor para todos, Juan. Pero continúa por favor. La niñez va desde los 5 años hasta los 12 que empieza la adolescencia. ¿Qué título tiene esta etapa?

—“Diversión”. También la recuerdo como algo maravilloso. Mi hermano era un gran estudiante y yo copiaba esa conducta de él. Lo admiraba, bueno lo admirábamos todos.

—De la adolescencia hasta la juventud. De los 12 años hasta los 19 años. ¿Qué título deseas ponerle a esta etapa?

Juan movía la cabeza indicando negación. No deseaba ponerle título a una etapa traumática, no encontraba ningún término. La psicoterapeuta se mantuvo en silencio tomando notas mientras lo dejaba reflexionar.

—“Oscuridad”. A partir de aquí comienza mi calvario. Dejo de existir para todos.

—Vuestras vidas se detuvieron. No fuiste tú solo. No debes juzgar tanto a tu madre. No supo salir del pozo donde se metió cuando recibió la fatal noticia. Todos os alejasteis de todos.

—Es cierto, de la noche a la mañana todos moríamos con él. Ahora veo las cosas de otra forma. No supimos asimilar ni conllevar la tragedia.

—El hecho de marcharte de casa cuando tenías 22 años también supuso para tu madre otro estado de soledad y depresión mayor, ¿no?

—¿Me estás diciendo que no debí marcharme? ¿Qué no he entendido a mi madre? ¿Y ella, me entendió a mí?

—Te estoy diciendo que no es tarde para analizar las situaciones. Hoy en terapia sólo vamos a sembrar nuevas reflexiones. Después ya verás como recoges el fruto. El sentimiento de culpabilidad debe servirnos para no volver a cometer el mismo acto, no para atormentarnos toda la vida. Tú te sientes culpable por no tener relación con tus padres, ¿o me equivoco?

—Sé que en el fondo sí me siento así. Creo que fui egoísta y vengativo, por eso me marché, porque no entendí que mi madre estaba enferma de dolor y no podía prestarme atención, quizás debí recurrir a la familia, a mis tíos para que me ayudaran, pero cogí el camino fácil, huir.

Juan se inclinó para coger un caramelo mentolado de un recipiente de cristal. Dejó sonar el papel plastificado en sus manos durante unos largos segundos, doblándolo y retorciéndolo sin tomar consciencia de su inquietud.

—La juventud va de los 19 años a los 30. ¿Y esta Juan, qué título recibe?

—“Conformidad”. Sí, es una etapa en la que me conformé con lo que me había tocado. Me fui de casa a vivir mi vida porque encontré trabajo y me pude independizar. Apenas ya tenía relación con los de casa. Mi dolor me perseguía. Mi madre había decidido seguir hundida. Mi padre… mi padre no me entendía. Empezaron las discusiones hasta que un día, ya con 22 años decidí que había llegado el momento de marcharme y me fui.

—Ahora ya tienes 38 años Juan. Estas en la etapa adulta. ¿Cómo calificarías tu vida actual?

—“Autoanálisis”. Es como si hubiera llegado el momento en que tengo que arreglar mi vida. Como si hubiera algo dentro de mí que me dice que no debo estar pegado a mi pasado… que debo solucionarlo, pero no sé cómo hacerlo.

—De momento ya has hecho mucho, le has puesto nombre a tus sentimientos, es así como se empieza. Tenemos un trauma del pasado sin resolver. Un choque emocional que obstaculiza tu vida y que ha dejado una profunda huella, no sólo a ti, también a tus padres, ocasionando distanciamiento y soledad. Antes de dar un paso deberás analizar las consecuencias y éstas no se pueden ver si tu baúl no está en orden. Ahora necesitas tiempo.

Con el tiempo Juan pudo realizar un encuentro con sus padres. Comprendió que, con su marcha a los 22 años, él también había muerto porque no se había alejado para independizarse y crecer, se había alejado por rabia, por venganza hacia unos padres que tras la muerte de su otro hijo se habían sumergido en un pozo de hielo.

Un día observó en la acera de enfrente de la casa de sus padres a que su madre saliera a la calle. Esperó impaciente hasta que vio aparecer a una mujer envejecida por el tiempo, de aspecto hundido y oscuro, descuidada en su imagen. Entre sus manos llevaba un pequeño monedero y unas llaves. Juan se acercó despacio por la espalda, tocó su hombro y cuando ella se giró y miró a su hijo con los ojos muy abiertos indicando sorpresa, él sólo pudo que abrazarla y al oído le dijo: “perdóname” y le entregó una pequeña nota escrita en un papel doblado. Su madre, sin emitir palabra alguna, la desdobló y leyó: “porque nunca es tarde mamá y el tiempo sólo se acaba cuando la vida termina. Me fui sin pensar en ti, creyendo que no pensabas en mí y me equivoqué. No hablemos mamá, vayámonos a casa, me gustaría que lloráramos juntos para no tenerlo que hacer más por separado”.

el baúl de los recuerdos secretos del alma

SECRETOS DEL ALMA | Sombras de soledad

—Tus padres están preocupados por ti, me han dicho que necesitas que te ayude porque ellos no saben cómo hacerlo. Eres muy joven para estar tan triste. ¿Sabes por qué has venido?

David tenía 12 años y sentado en la silla del despacho parecía que tuviera 15. Sus oscuras ojeras denotaban una falta de descanso, su pelo no tenía brillo. Miraba fijamente a la psicoterapeuta como buscando en ella respuestas a preguntas que circulaban por su mente pequeña como coches en ambos sentidos.

—Sí, sé a qué he venido. Mi madre me dijo que hablara contigo y te contara qué me pasa. Que te dijera por qué lloro tanto y todo me parece tan oscuro, pero yo no sé por qué me pasa esto.

—Bien, déjame que te ayude David. Vamos hacerlo como un juego a ver si entre los dos descubrimos este misterio. Todas las personas tenemos emociones, sentimientos guardados que a veces cuesta expresar. Por ejemplo, el miedo y la alegría son emociones, ¿vale? Ahora yo te digo una palabra y tú me dices la primera que se te venga a la mente. Por ejemplo: “luna”.

— ¡Lobo!

—Muy bien. Así con todas. ¿Estás preparado?

—Vale, me gusta este juego. Ya veo de qué va. Tú me dices una palabra y según lo que se me ocurra sabemos que eso guarda una relación con lo que yo siento.

—Bien, ya veo que eres inteligente. Empieza el juego: “Madre”

—Ordenador.

—“Padre”

—Viaje.

“Amigos”

—Sombras

—“Diversión”

—Soledad

—“Noche”

—Miedo

—“Día”

—Muerte

—“Boca”

—Cerrada

“Juego”

—Tristeza

La psicoterapeuta miró fijamente al joven David. Le pidió que le enseñara las manos y que las pusiera sobre las suyas.

—David, ¿te das cuenta de que tus manos están frías, muy húmedas y que tiemblan? Fíjate que al ponerlas sobre las mías yo percibo todo eso de ti, percibo tristeza, soledad y miedo a la vida. ¿Te está costando vivir?

El joven desplazó su mirada hacia el suelo. Sus ojos se empaparon de lágrimas que luchaban por no caer. Sentía vergüenza, no quería llorar.

—Llorar es bueno, muy bueno. No reprimas tus emociones. Deja que fluyan las lágrimas, te hará bien.

—Está clara la conclusión del juego, ¿verdad? Soy un niño aburrido, solo, al que nadie le hace caso, ni tan siquiera puedo jugar con mi padre porque casi nunca está en casa, siempre viajando y con mi madre tampoco porque dice que es más importante su ordenador.

— ¿En qué trabaja tu madre?

—Mi madre hace zapatos en casa.

— ¿Y qué tiene que ver el ordenador con los zapatos?

—Pues que ella cuando termina de hacer zapatos durante todo el día está hasta las narices y se mete en el Facebook y chatea con amigas, pero yo le digo que si vemos una película juntos o si hacemos algo y me dice que no puede que tiene que terminar cosas en el ordenador y yo miro lo que hace y está chateando. Y cuando mi padre llega los fines de semana siempre está cansado.

— ¿Y tus amigos David?

—Como soy tan poca cosa, en clase no me hacen caso y los fines de semana no tengo con quien salir, me cuesta hacer amigos.

— ¿Realizas alguna actividad extraescolar como fútbol, algún deporte, teatro, música…?

—No, dicen mis padres que no hay dinero para todas esas cosas. Que todo eso es de ricos.

— ¿Tus problemas de soledad se los cuentas a tus padres?

—No. Pienso que me van a reñir porque siempre estoy igual, protestando porque mi vida es un asco. Ellos pasan de mí y encima soy hijo único.

— ¿Y no crees que el hecho de haberte traído aquí, conmigo, es ya indicativo de que están preocupados?

—Bueno… visto así…

—David, para conocer gente es conveniente que te apuntes a alguna actividad extraescolar, que te organices primero y que aprendas conmigo habilidades sociales que quiere decir “hacer amigos”.

—Estoy metido en “las sombras de mi soledad”, eso es lo que me está pasando. Lo veo claro.

—Es una frase perfecta para describir tus sentimientos. Todos tenemos “sombras”. Tú te estás formando, tienes 12 años. No permitamos que esas sombras de soledad permanezcan en ti. Vamos a transformarlas en un arcoíris.

David, empezó a sonreír. Podía hablar. Había alguien que haría de puente entre sus padres y él, su psicoterapeuta, su confidente.

—Bueno, ya sabemos que estás triste y que tu vida es un “asco”, como tú dices. Ahora debemos cambiarla. Voy hacer pasar a tu madre, ¿estás de acuerdo?

—Vale.

La madre de David se incorporó a la terapia. Al joven niño le resultó muy extraño estar hablando con su madre, contándole delante de su psicoterapeuta todo lo que sentía. La madre de David, tomó consciencia de la soledad de su pequeño. Se organizaron horarios para realizar juntos actividades en casa. David, descubrió que le encantaba el teatro y su madre accedió a apuntarlo. Empezó su terapia de habilidades sociales y de autoestima y de esta forma sus “sombras de soledad” se fueron difuminando.

Pasados los meses, al finalizar la terapia, David entró en su última sesión con un semblante diferente. Aquel jovencito de ojeras oscuras había cambiado.

—He hablado con mi padre. Hemos quedado que los domingos por la mañana nos iremos juntos con la bicicleta y el otro día vino a verme a una mini obra que hice con unos amigos en lo del teatro. ¿Sabes qué? Que ya tengo un arcoíris en mi mente. ¿Recuerdas mi sombra de soledad? Se marchó el día que me escucharon y que entendieron por qué lloraba.

—Me alegra mucho saber que avanzas en tu vida y que tus sombras se difuminan poco a poco. Recuerda siempre que “muchas veces las palabras no pueden decir lo que una lágrima puede expresar”.

sombras de soledad secretos del alma