SECRETOS DEL ALMA | Baja autoestima

José María caminaba absorto, cabizbajo. Al entrar en el despacho levantó la mirada con timidez. Tomó asiento, respiró profundamente y empezó hablar.

— No me ha tocado más remedio que venir a pedir ayuda psicológica porque no lo soporto más. No sé cómo frenar a una persona de mi trabajo que me humilla.

Llevaba 8 años trabajando para una empresa de colchones. Su aspecto era el de una persona excesivamente preocupada, ojerosa, de cejas pobladas y complexión delgada. Su mirada transmitía nobleza.

— ¿Qué te hace concretamente esa persona?

— Me llama María en vez de José María, bueno… más bien me llama Mari con voz socarrona. Me insulta delante de todos los demás compañeros. Me carga con las culpas de trabajos mal hechos donde yo ni tan siquiera he participado. Me quedo paralizado, temeroso… me bloqueo y ya no doy pie con bola en todo el día.

— ¿Cuál es tu actitud con él cuando te hace todo esto?

— Me callo, no suelo decirle nada.

— ¿Y qué te impide defenderte?

—No lo sé… me quedo agarrotado… me tiemblan las piernas y no me salen las palabras. Se me hace un nudo en la garganta.

—A eso se le llama “miedo” y a tu falta de defensa se le llama “baja autoestima” ¿te suenan estos términos?

—Sí. Lo de baja autoestima lo sé desde hace muchos años. Cuando era adolescente me pasaba lo mismo. Nunca he sabido defenderme y pienso que los demás me atacan porque no me enfrento a ellos.

—Háblame de tus padres.

La psicoterapeuta había dejado al alcance de las manos de José María unos folios en blanco y un bolígrafo cerca, invitándole a usarlos si lo consideraba. El joven cogió tembloroso un papel y empezó hacer garabatos sin sentido mientras hablaba. A través de los trazos descargaba su frustración al tiempo que se relajaba para poder expresarse con naturalidad y confianza.

—Pensándolo ahora, recuerdo que mi padre ha sido una persona con baja autoestima también. Nunca lo vi defenderse ante nadie. Mi madre ha sido quien ha llevado los pantalones en casa y no trataba muy bien a mi padre. Yo también recibí críticas constantes de ella “eres un inútil”, “parece mentira que seas mi hijo”, “estas atontado” … en fin… mi madre falleció hace cinco años y esto tampoco lo llevo bien. Mi padre vive solo y voy a comer a su casa todos los días, así estoy con él un rato. ¿Por qué esta persona la ha tomado conmigo?

—Te ataca porque te ha elegido como su víctima perfecta para poder hacer ese ataque. La persona que agrede, física o psicológicamente, busca a las personas pasivas, débiles y con sentimientos de inferioridad para alimentarse. Sí, ese es su alimento, la humillación. Sólo será frenado si tú empiezas a confiar en ti mismo y eso se consigue analizando tu personalidad, encontrando tus virtudes y tus defectos, aprendiendo a pulir los rasgos, en definitiva, equilibrando tu autoestima.

— ¿Pero por qué me paralizo de esta forma?

—Porque el miedo te impide enfrentarte y ese miedo precisamente es el que provoca el bloqueo. Para eliminar tu miedo sólo debes empezar primero por fortalecer tu personalidad y para ello necesitamos algo de tiempo. ¿Esa persona sólo te humilla a ti?

—En la fábrica por lo menos sí. Me imagino que fuera lo hará con más gente, ¿no?

—Lo hará con la gente que se lo permita, dentro o fuera de la fábrica. No se trata de usar sus mismas armas, se trata de aprender a usar una más fuerte que él no posee. ¿Has oído hablar de la Inteligencia Emocional?

—Sí. Es la inteligencia que hace que actuemos en la vida de una forma acertada, la que nos ayuda a tener éxito en nuestras relaciones sociales, vamos… la que haría que yo tuviera autoestima, ¿verdad?

—Efectivamente. No nacemos con ella, la tenemos que desarrollar. Hoy para empezar a conocerte te propongo que a partir de mañana observes el comportamiento de todos los que te rodean, incluido el de este señor agresivo y el tuyo propio. Quiero que veas lo que es un día de trabajo visto desde fuera. No es complicado. Analiza quién tiene autoestima en la fábrica y quién no. Cómo se comporta la persona que sí tiene y cómo actúa ese señor con cada uno. Y sobre todo a partir de mañana cuando te llame “Mari” no te gires ni respondas bajo ningún concepto.

—Muy bien. Mejor anoto todo lo que observe, así podré recordarlo mejor para nuestra próxima terapia.

—Recuerda que la autoestima es el motor de arranque de cada día. Es el valor que uno tiene de sí mismo. Que nadie, nadie somos iguales y cada uno de nosotros somos dignos de ser personas. Piensa que la autoestima posee unas raíces que son: el ser uno mismo y siempre auténtico, que es imprescindible aprender a marcar límites y saber decir no en momentos determinados, que es importante que pongas tus normas y en ellas no entra permitir que te humillen. Deberás aprender a utilizar la palabra para frenar a los que intenten agredirte y a utilizar la indiferencia con aquellos que no valga la pena gastar aliento.

—¿Tú crees que tiene algo que ver con lo que me pasa, el cómo me hayan tratado mis padres?

—Nadie nace con un libro bajo el brazo con las instrucciones de cómo educar. No puedes juzgar a tus padres en este sentido porque desconocemos por qué tu madre actuaba así contigo. Tendríamos que estudiar bien su historia y además ella ya no está aquí para poder aportar su versión. Pero sí es cierto que el estilo educativo que los padres utilizamos con los hijos forman la base de lo que tú serás en el mañana. Aprendiste que tu madre humillaba a tu padre y él no se defendía con la palabra y actuabas igual a lo que veías. Se produjo una siembra cuyo fruto, años después, fueron los sentimientos de inferioridad y la baja valía personal. Recuperar tus valores y formar tus fortalezas psicológicas dependerá sólo de una cuestión; de la confianza que tu deposites en ti. La confianza en uno mismo es el gran secreto del éxito, sin ella se está condenado al fracaso. Y recuerda para siempre que la confianza en uno mismo se construye cada vez que uno se enfrenta a un miedo.

José María observó la conducta de todos sus compañeros los días sucesivos como había planificado con su psicoterapeuta. Anotó cada expresión, gesto y frase, así como los comportamientos que tenían unos con otros. Descubrió que el humillador sólo lo atacaba a él porque sabía que le tenía miedo, como si lo oliera. No se giraba ni respondía cuando le llamaba María, continuaba con su trabajo ignorando la llamada. Hasta que un día el humillador, cansado de ser ignorado, le cogió el brazo con fuerza para que le mirara a los ojos y José María lo frenó de golpe. Levantó la mirada y clavó sus pupilas en las de él y simplemente dijo: “no se te vuelva a ocurrir ponerme la mano encima, para hablarme no tienes porqué tocarme. Y ahora dime ¿qué querías preguntarme?”

1 comentario

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *