Día Internacional del Cáncer Infantil
Miriam Ferrero Vilaplana
Cuando vemos a un niño, pensamos que le queda mucho por aprender, descubrir, jugar, vivir experiencias y un mundo de momentos por compartir.
En el momento que un niño es diagnosticado de cáncer, el castillo de naipes cae, para él y toda su familia, surge el miedo de qué sucederá y un sin fin de pruebas, operaciones, tubos, quimio, dolor físico y emocional.
Aunque el índice de supervivencia es elevado, el impacto del diagnóstico y todo su proceso es duro. El niño cambia su rutina de ir al colegio, por estar en el hospital, rodeado de instrumentos médicos, salas con juguetes y educadores que van a amenizar la estancia. Los progenitores también cambian estar en el trabajo o en el hogar, por el hospital acompañando a su hijo, lo cual se produce una nueva reestructuración familiar.
El mundo infantil cambia en ese momento, se adapta a la situaicón que están viviendo. Cuando se aplica una sesión de quimio, se explica con su lenguaje para que lo entiendan, describiéndole paso a paso qué va a suceder, desde el superhéroe que está dentro de la bolsa de plástico y va a descender por el tubo de plástico hasta entrar dentro del niño e ir a aquellos lugares donde tiene dolor y quitarlo.
Mediante el juego, el niño comprende todo el proceso, van surfeando emociones, dolor, miedo y pensando en qué harán mañana, porque ellos tienen ganas de seguir, seguir hacia delante, aunque tengan momentos complicados.
Durante todo el proceso es reconfortante cuando se encuentran acompañados, entendidos con todo su castillo de princesas y dragones, comprendidos desde el respeto y el sentir ellos y su familia, porque son pocos los momentos compartidos por la edad y recorrido del niño, pero son tan intensos que son como si se hubieran vivido muchos años, y siempre se quieren vivir muchos más.



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