SECRETOS DEL ALMA | El baúl de los recuerdos

—¿Ordenarlo? ¿Cómo se hace eso?

Juan abrió los ojos indicando sorpresa. Tumbado en el diván de la reflexión hablaba de su vida de forma desordenada. En el baúl de sus recuerdos todo estaba por revisar, no había orden. Sufría por todo lo que le había sucedido en el pasado y lo arrastraba continuamente a su vida actual convirtiéndola en un caos emocional.

—Sí, debes ordenar tu baúl de los recuerdos para que no te haga tanto daño Juan. Todos en la vida pasamos por acontecimientos trágicos, importantes, frustrantes, desastrosos, todos hemos perdido a alguien alguna vez, a todos nos han dejado alguna vez o hemos dejado, nos han hecho daño o hemos hecho… la vida es un camino lleno de obstáculos que hay que aprender a esquivar, saltar, bordear… pero sobre todo hay que aprender a verlos venir.

—¿Entonces el quejarme tanto de mi pasado obedece a que no he ordenado mi baúl de los recuerdos?

—Sí. Es una forma metafórica de explicar que todo se va almacenando y que todo necesita un orden. El hecho de hacer un autoanálisis, de analizar tus sentimientos y tu vida ya provoca de por sí un vaciado del baúl para poder luego guardarlo de forma “ordenada”. No podemos estar reprochándole a alguien toda la vida algo que nos hizo si encima le hemos dicho que lo perdonábamos.

—Ya, pero es que no me lo puedo quitar de la cabeza, no me puedo quitar de la cabeza muchas cosas y sí, es cierto, me paso el día mirando hacia atrás, siempre recordando mi pasado, el abandono que recibí de mis padres, la muerte de mi hermano, ese amigo que me traicionó, la primera novia que tuve… ¡por Dios! ¿Y todo esto se va a poder ordenar en mi baúl?

—El ordenar el baúl da pie a iniciar un proceso de madurez psicológica. Se ven las cosas desde otro prisma. No se borra nada, a ti te ha pasado lo mismo, pero tu cerebro lo percibe de una forma más lógica, más razonable aportándote una cierta sabiduría de la vida. Es como aprender de lo sucedido.

—Pero ¿cómo? No lo entiendo. ¿Cómo puedo olvidarme de todo lo que me hicieron?

—No se trata de olvidar, se trata de analizar las situaciones, a eso me refiero cuando te digo que hay que ordenar. Si no te hubieras marchado de casa con 22 años, ahora no tendrías ni serías lo que eres. Te ha tocado luchar solo y eso te ha dado una madurez.

—Sí, pero también me podía haber ocurrido algo malo, como haber caído en las drogas o haber sido un tío perdido por el mundo.

—Sí, pero no ha sido así. Puedes pensar lo que quieras, pero el pensar en algo que no ha ocurrido no es buen sistema. Debes aprender a pensar en la realidad de tu propia vida.

—Muy bien, ¿cómo empiezo a ordenar este lío?

—Empezaremos desde el principio. Trata de hablarme sobre lo que sientes y recuerdas de tu infancia. Para hacerlo fácil vamos a ir poniéndole títulos a cada etapa de tu vida hasta la actualidad que tienes 38 años. La infancia va desde que naces hasta los 5 años aproximadamente. ¿Qué título le pondrías?

Juan se quedó mirando fijamente la tela aterciopelada del diván, empezaba a pensar. Había muchos recuerdos que se agolpaban en su mente.

—¡Inolvidable!, la llamaría inolvidable. Me sentía querido por mis padres. No recuerdo nada malo de esa etapa. Al contrario, cuando intento recordar… todo es agradable. Recuerdo las navidades alegres, los veranos en la playa… muchas cosas bonitas hasta la muerte de mi hermano cuando yo tenía 14 años y él tenía 19. Ahí fue cuando mi vida cambió totalmente.

—¿Sólo tu vida cambió?

Juan no contuvo las lágrimas, las dejó caer de una forma muy lenta, como si no tomara consciencia de su tristeza.

—Bueno… nos cambió la vida a todos, pero no era justo que a partir de ahí ya no se ocuparan de mi, dejaran de cuidarme y de quererme.

—¿Qué le pasó a tu madre con la muerte de tu hermano?

—Cayó en una profunda depresión. No se ocupaba ni de mi padre y yo… empecé a aislarme con mis estudios y con mis amigos. Mi madre no quería ir al médico, ni al psicólogo. Decía que nadie le iba a devolver a su hijo y que ya no hacía falta vivir.

—¿Cómo falleció tu hermano?

—En un accidente de coche. Él iba en el asiento de atrás con otro amigo, murieron los dos, se salvaron el conductor y la copiloto. No fue culpa de ellos. Un camión no hizo bien la entrada en la autopista por el carril de aceleración y los embistió. Ya han pasado 24 años de esto.

—Doble dolor para todos, Juan. Pero continúa por favor. La niñez va desde los 5 años hasta los 12 que empieza la adolescencia. ¿Qué título tiene esta etapa?

—“Diversión”. También la recuerdo como algo maravilloso. Mi hermano era un gran estudiante y yo copiaba esa conducta de él. Lo admiraba, bueno lo admirábamos todos.

—De la adolescencia hasta la juventud. De los 12 años hasta los 19 años. ¿Qué título deseas ponerle a esta etapa?

Juan movía la cabeza indicando negación. No deseaba ponerle título a una etapa traumática, no encontraba ningún término. La psicoterapeuta se mantuvo en silencio tomando notas mientras lo dejaba reflexionar.

—“Oscuridad”. A partir de aquí comienza mi calvario. Dejo de existir para todos.

—Vuestras vidas se detuvieron. No fuiste tú solo. No debes juzgar tanto a tu madre. No supo salir del pozo donde se metió cuando recibió la fatal noticia. Todos os alejasteis de todos.

—Es cierto, de la noche a la mañana todos moríamos con él. Ahora veo las cosas de otra forma. No supimos asimilar ni conllevar la tragedia.

—El hecho de marcharte de casa cuando tenías 22 años también supuso para tu madre otro estado de soledad y depresión mayor, ¿no?

—¿Me estás diciendo que no debí marcharme? ¿Qué no he entendido a mi madre? ¿Y ella, me entendió a mí?

—Te estoy diciendo que no es tarde para analizar las situaciones. Hoy en terapia sólo vamos a sembrar nuevas reflexiones. Después ya verás como recoges el fruto. El sentimiento de culpabilidad debe servirnos para no volver a cometer el mismo acto, no para atormentarnos toda la vida. Tú te sientes culpable por no tener relación con tus padres, ¿o me equivoco?

—Sé que en el fondo sí me siento así. Creo que fui egoísta y vengativo, por eso me marché, porque no entendí que mi madre estaba enferma de dolor y no podía prestarme atención, quizás debí recurrir a la familia, a mis tíos para que me ayudaran, pero cogí el camino fácil, huir.

Juan se inclinó para coger un caramelo mentolado de un recipiente de cristal. Dejó sonar el papel plastificado en sus manos durante unos largos segundos, doblándolo y retorciéndolo sin tomar consciencia de su inquietud.

—La juventud va de los 19 años a los 30. ¿Y esta Juan, qué título recibe?

—“Conformidad”. Sí, es una etapa en la que me conformé con lo que me había tocado. Me fui de casa a vivir mi vida porque encontré trabajo y me pude independizar. Apenas ya tenía relación con los de casa. Mi dolor me perseguía. Mi madre había decidido seguir hundida. Mi padre… mi padre no me entendía. Empezaron las discusiones hasta que un día, ya con 22 años decidí que había llegado el momento de marcharme y me fui.

—Ahora ya tienes 38 años Juan. Estas en la etapa adulta. ¿Cómo calificarías tu vida actual?

—“Autoanálisis”. Es como si hubiera llegado el momento en que tengo que arreglar mi vida. Como si hubiera algo dentro de mí que me dice que no debo estar pegado a mi pasado… que debo solucionarlo, pero no sé cómo hacerlo.

—De momento ya has hecho mucho, le has puesto nombre a tus sentimientos, es así como se empieza. Tenemos un trauma del pasado sin resolver. Un choque emocional que obstaculiza tu vida y que ha dejado una profunda huella, no sólo a ti, también a tus padres, ocasionando distanciamiento y soledad. Antes de dar un paso deberás analizar las consecuencias y éstas no se pueden ver si tu baúl no está en orden. Ahora necesitas tiempo.

Con el tiempo Juan pudo realizar un encuentro con sus padres. Comprendió que, con su marcha a los 22 años, él también había muerto porque no se había alejado para independizarse y crecer, se había alejado por rabia, por venganza hacia unos padres que tras la muerte de su otro hijo se habían sumergido en un pozo de hielo.

Un día observó en la acera de enfrente de la casa de sus padres a que su madre saliera a la calle. Esperó impaciente hasta que vio aparecer a una mujer envejecida por el tiempo, de aspecto hundido y oscuro, descuidada en su imagen. Entre sus manos llevaba un pequeño monedero y unas llaves. Juan se acercó despacio por la espalda, tocó su hombro y cuando ella se giró y miró a su hijo con los ojos muy abiertos indicando sorpresa, él sólo pudo que abrazarla y al oído le dijo: “perdóname” y le entregó una pequeña nota escrita en un papel doblado. Su madre, sin emitir palabra alguna, la desdobló y leyó: “porque nunca es tarde mamá y el tiempo sólo se acaba cuando la vida termina. Me fui sin pensar en ti, creyendo que no pensabas en mí y me equivoqué. No hablemos mamá, vayámonos a casa, me gustaría que lloráramos juntos para no tenerlo que hacer más por separado”.

el baúl de los recuerdos secretos del alma

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