SECRETOS DEL ALMA | Sombras de soledad

—Tus padres están preocupados por ti, me han dicho que necesitas que te ayude porque ellos no saben cómo hacerlo. Eres muy joven para estar tan triste. ¿Sabes por qué has venido?

David tenía 12 años y sentado en la silla del despacho parecía que tuviera 15. Sus oscuras ojeras denotaban una falta de descanso, su pelo no tenía brillo. Miraba fijamente a la psicoterapeuta como buscando en ella respuestas a preguntas que circulaban por su mente pequeña como coches en ambos sentidos.

—Sí, sé a qué he venido. Mi madre me dijo que hablara contigo y te contara qué me pasa. Que te dijera por qué lloro tanto y todo me parece tan oscuro, pero yo no sé por qué me pasa esto.

—Bien, déjame que te ayude David. Vamos hacerlo como un juego a ver si entre los dos descubrimos este misterio. Todas las personas tenemos emociones, sentimientos guardados que a veces cuesta expresar. Por ejemplo, el miedo y la alegría son emociones, ¿vale? Ahora yo te digo una palabra y tú me dices la primera que se te venga a la mente. Por ejemplo: “luna”.

— ¡Lobo!

—Muy bien. Así con todas. ¿Estás preparado?

—Vale, me gusta este juego. Ya veo de qué va. Tú me dices una palabra y según lo que se me ocurra sabemos que eso guarda una relación con lo que yo siento.

—Bien, ya veo que eres inteligente. Empieza el juego: “Madre”

—Ordenador.

—“Padre”

—Viaje.

“Amigos”

—Sombras

—“Diversión”

—Soledad

—“Noche”

—Miedo

—“Día”

—Muerte

—“Boca”

—Cerrada

“Juego”

—Tristeza

La psicoterapeuta miró fijamente al joven David. Le pidió que le enseñara las manos y que las pusiera sobre las suyas.

—David, ¿te das cuenta de que tus manos están frías, muy húmedas y que tiemblan? Fíjate que al ponerlas sobre las mías yo percibo todo eso de ti, percibo tristeza, soledad y miedo a la vida. ¿Te está costando vivir?

El joven desplazó su mirada hacia el suelo. Sus ojos se empaparon de lágrimas que luchaban por no caer. Sentía vergüenza, no quería llorar.

—Llorar es bueno, muy bueno. No reprimas tus emociones. Deja que fluyan las lágrimas, te hará bien.

—Está clara la conclusión del juego, ¿verdad? Soy un niño aburrido, solo, al que nadie le hace caso, ni tan siquiera puedo jugar con mi padre porque casi nunca está en casa, siempre viajando y con mi madre tampoco porque dice que es más importante su ordenador.

— ¿En qué trabaja tu madre?

—Mi madre hace zapatos en casa.

— ¿Y qué tiene que ver el ordenador con los zapatos?

—Pues que ella cuando termina de hacer zapatos durante todo el día está hasta las narices y se mete en el Facebook y chatea con amigas, pero yo le digo que si vemos una película juntos o si hacemos algo y me dice que no puede que tiene que terminar cosas en el ordenador y yo miro lo que hace y está chateando. Y cuando mi padre llega los fines de semana siempre está cansado.

— ¿Y tus amigos David?

—Como soy tan poca cosa, en clase no me hacen caso y los fines de semana no tengo con quien salir, me cuesta hacer amigos.

— ¿Realizas alguna actividad extraescolar como fútbol, algún deporte, teatro, música…?

—No, dicen mis padres que no hay dinero para todas esas cosas. Que todo eso es de ricos.

— ¿Tus problemas de soledad se los cuentas a tus padres?

—No. Pienso que me van a reñir porque siempre estoy igual, protestando porque mi vida es un asco. Ellos pasan de mí y encima soy hijo único.

— ¿Y no crees que el hecho de haberte traído aquí, conmigo, es ya indicativo de que están preocupados?

—Bueno… visto así…

—David, para conocer gente es conveniente que te apuntes a alguna actividad extraescolar, que te organices primero y que aprendas conmigo habilidades sociales que quiere decir “hacer amigos”.

—Estoy metido en “las sombras de mi soledad”, eso es lo que me está pasando. Lo veo claro.

—Es una frase perfecta para describir tus sentimientos. Todos tenemos “sombras”. Tú te estás formando, tienes 12 años. No permitamos que esas sombras de soledad permanezcan en ti. Vamos a transformarlas en un arcoíris.

David, empezó a sonreír. Podía hablar. Había alguien que haría de puente entre sus padres y él, su psicoterapeuta, su confidente.

—Bueno, ya sabemos que estás triste y que tu vida es un “asco”, como tú dices. Ahora debemos cambiarla. Voy hacer pasar a tu madre, ¿estás de acuerdo?

—Vale.

La madre de David se incorporó a la terapia. Al joven niño le resultó muy extraño estar hablando con su madre, contándole delante de su psicoterapeuta todo lo que sentía. La madre de David, tomó consciencia de la soledad de su pequeño. Se organizaron horarios para realizar juntos actividades en casa. David, descubrió que le encantaba el teatro y su madre accedió a apuntarlo. Empezó su terapia de habilidades sociales y de autoestima y de esta forma sus “sombras de soledad” se fueron difuminando.

Pasados los meses, al finalizar la terapia, David entró en su última sesión con un semblante diferente. Aquel jovencito de ojeras oscuras había cambiado.

—He hablado con mi padre. Hemos quedado que los domingos por la mañana nos iremos juntos con la bicicleta y el otro día vino a verme a una mini obra que hice con unos amigos en lo del teatro. ¿Sabes qué? Que ya tengo un arcoíris en mi mente. ¿Recuerdas mi sombra de soledad? Se marchó el día que me escucharon y que entendieron por qué lloraba.

—Me alegra mucho saber que avanzas en tu vida y que tus sombras se difuminan poco a poco. Recuerda siempre que “muchas veces las palabras no pueden decir lo que una lágrima puede expresar”.

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