SECRETOS DEL ALMA | Ya no quiero estar aquí

Cuando Ana entró en la consulta venía acompañada del brazo de su mejor amiga. Sus ojos sólo miraban pero no veían, su mente andaba perdida por algún lugar de la sala. La psicoterapeuta se acercó a ella para presentarse y le cogió las manos, le obligó a que fijara sus ojos en los de ella diciéndole:

— Buenas tardes Ana, soy la persona que te puede ayudar, por favor pasa conmigo a mi despacho. ¿Necesitas que entre alguien contigo o prefieres que estemos solas tu y yo?

Ana miró a su psicoterapeuta y sonrió amablemente, le dijo que prefería pasar sola.

— En realidad no sé para qué vengo, me han traído porque dicen que no es normal que tenga ideas de matarme. Me siento vacía, estoy enfadada con el mundo. No siento nada. Todo me da lo mismo.

Un silencio confundiblemente agradable inundó la sala. La psicoterapeuta dejó reposar sus gafas en posición de escucha.

— Tres veces he intentado matarme… pero como puedes ver… sin éxito.

— ¿Quieres que hablemos de ello?

— Yo no lo veo tan importante, lo que si me preocupa es no sentir nada. Es que no siento nada por nadie, ni tan siquiera por mis hijas. Pienso que si me dijeran que les ha pasado algo no iba a reaccionar porque no sentiría.

— Si no sientes, ¿por qué crees que estás llorando mientras me lo cuentas?

— No lo sé.

— Piensa que el llanto es una emoción muy valiosa que nos habla, nos dice que algo nos falta y algo nos sobra de nuestra vida. Lloramos cuando deseamos algo y no lo conseguimos, por pena, por frustración, por alegría, como descarga de las tensiones, por rabia… ¿por qué ya no quieres estar aquí?

Ana permaneció inmóvil, pensando.

—No lo sé… sólo tengo esa extraña forma de pensar que es mejor que muera, que ya no le importo a nadie y por otro lado sé que sería horrible, cómo se quedarían mis niñas… el día de mañana, cuando fueran más mayores y supieran que su madre se mató… pensarían que era una cobarde… estoy confusa.

— ¿Has dicho que ya no le importas a nadie?

—Bueno, pienso que no le importo a nadie, no sé si será verdad, pero esa es la sensación que tengo con la gente. Las personas hacen su vida sin importarles la vida de los demás.

— ¿Me hablas de alguien en concreto?

— Si, pero no sé decirte de quién.

— Si utilizo la palabra “decepción”, ¿qué nombre te viene a la mente en primer lugar?

— El nombre de mi marido. ¡Vaya! ¡Estoy decepcionada con mi marido! Él piensa que lo que tengo son ganas de llamar la atención, que lo poseo todo y que me paso el día quejándome. Yo ni tan siquiera sé lo que tengo que hacer con mi vida. Yo tenía mis ilusiones hace años, trabajaba, mi vida estaba llena de ideas, de proyectos, me relacionaba con la gente, era madre, esposa… y ahora… no soy nada.

— ¿Qué pasó en tu vida para que hoy ya no tengas todas aquellas cosas que tú crees que te hacían feliz?

— Pienso que le dediqué mucho tiempo a todos. Me olvidé de mí.

Ana sintió una gran liberación emocional con aquella sentencia: “me olvidé de mí”. Por su mente pasaron recuerdos agradables de felicidad, pero se dio cuenta de que la felicidad la obtenía por hacer felices a los demás y no a ella misma.

— ¿Los acostumbraste?

— Parece ser que sí, los acostumbré a estar siempre pendiente de ellos, a solucionar problemas, a estar en todo momento, a ser yo la última para todo y también se ve que los acostumbré a no darme ni las gracias, a que no tenía derecho ni a recibir el más mínimo cumplido, gestos de cariño y de comprensión, los acostumbré a verme callada. Hasta me ha pasado con mis padres… qué curiosa es la vida… me pongo a pensar ahora y al hablar lo veo diferente. Acostumbré a mi marido a que llevaba siempre razón para no discutir y a estar siempre dispuesta para todo… y poco a poco me fui consumiendo hasta que un buen día se ve que decidí no levantarme de la cama. Cerré los ojos y caí. ¿Qué es esto?, ¿qué me está pasando?

Sus lágrimas temblaban con la intención de caer con fuerza. Sus ojos expresivos permanecían muy abiertos.

— A lo que te pasa se le llama depresión y se puede salir. Observo que posees una buena capacidad de análisis sobre tus emociones y sentimientos. Eso te convierte en una mujer valiente, aunque ahora mismo pienses lo contrario. Has dado con la clave: “me olvidé de mí”. Ahora debes empezar a ocuparte de aquello de lo que te olvidaste; de ti. Si estás dispuesta… empecemos esta lucha: “Estamos hechos de carne, sin embargo tenemos que aprender a vivir como si fuéramos de hierro”.

— ¿Cómo puedo ocuparme de mi misma?

— Poco a poco… yo te ayudo.

Algo se había movido en el interior de Ana, no sabía qué era concretamente. Cuando llegó a su casa, besó a su marido de una forma diferente, lo miró a los ojos y le dijo: “no quiero que me juzgues ni juzgarte, sólo que me escuches y escuchar. No quiero que me des tu opinión ni yo darte la mía, sólo que la comprendas y yo comprender la tuya. Cuando sepamos hacer esto… tu escuchar y yo hablar, tu hablar y yo escuchar… sabremos algo más el uno del otro”.

4 comentarios
  1. paqui
    paqui Dice:

    Gracias por este relato en este me idde tifico mucho en este momento de la vida así es como me siento y este precisamente me ayuda mucho Yo no tengo ganas de morir todo lo contrarió pero si que necesito huir de mi familia habrá que hacerse de hierro GRACIAS por tu ayuda

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